
tus
relaciones te hacen sufrir? ¿Sueles enamorarte de quien no se
compromete? ¿Los hombres que se fijan en ti no te interesan? La clave
para cambiar tu "mala suerte" está en ti.
Los sucesivos desengaños amorosos de una persona, aunque
parezcan diferentes, suelen ser, en alguna medida, el mismo. Todos están
provocados por una
incapacidad para entablar con el otro una relación de intimidad duradera.
Las personas que fracasan en el amor una y otra vez no soportan la
caída de la ilusión característica de los comienzos de toda relación.
La ambivalencia sentimental (esa mezcla de rechazo y apego hacia la
persona que amamos) se despierta cuando ha dejado de cumplir lo que
esperábamos de ella y descubrimos que tampoco respondemos al ideal que
el otro se forjó de nosotros. Si la ambivalencia resulta insoportable,
la pareja se rompe.
Es probable que el sentimiento de fracaso permanezca en una relación o
se repita una y otra vez, con personas diferentes y en circunstancias
semejantes, a menos que se haga un trabajo psicológico para aclarar sus
causas.

Lucía no podía creérselo, pero esta vez se sentía bien después de
romper con su pareja. Se había quitado un peso de encima al liberarse de
aquella relación en la que últimamente se sentía tan incómoda y que la
estaba conduciendo hacia la ruina personal. Había aceptado al fin que
no tenía suerte con los hombres. Era su destino, de modo que decidió, irónicamente, que se casaría consigo misma y que lo celebraría con un viaje.
Esta era su tercera ruptura. No comprendía
cómo aquel hombre tan encantador y cariñoso de los comienzos
se había convertido en su peor enemigo,
hasta el punto de devolverle una imagen de sí misma en la que no se
reconocía. La llamaba histérica cuando estaba enfadada y siempre
desvalorizaba sus sentimientos como algo propio de mujeres.
La relación anterior había tenido un final comprensible desde el
punto de vista psicológico. El novio, en este caso, era un hijo único
más joven que ella. Lucía tuvo que esforzarse para ser aceptada por los
padres de él. Cuando al final lo logró,
su resentimiento era ya mayor que el amor, por lo que rompió la relación.
En cuanto a su primer amor,
estaba sentenciado desde el principio.
Se trataba de un hombre casado que había sido su profesor. Todo fue
bien hasta que advirtió a Lucía que no iba a separarse de su mujer.
Todos sus amores, por una causa u otra,
acababan resultando asfixiantes.
Cuando comenzaba a sentir agresividad hacia sus parejas, porque no le
permitían ocupar el lugar que ella deseaba, la relación estaba
sentenciada. El común denominador es que, pasados los primeros momentos,
se sentía poco valorada.
En las rupturas hay una evocación inconsciente de los primeros vínculos amorosos:
el de la madre en primer lugar
y el del padre después. Ellos
fueron los primeros que nos "decepcionaron", pues durante una época
les atribuimos una perfección de la que carecían.
Lucía se sintió abandonada, siendo pequeña, por su madre, que al no
poder hacerse cargo de ella la dejó durante un tiempo con una tía. No
hizo, sin embargo, lo mismo con su hermano. Lucía es ahora quien
abandona a los hombres en un intento de no depender de ellos como su
madre dependió de su marido y de su hijo. Desea ser distinta y, a la
vez, repite sin darse cuenta la relación con su madre, aunque
invirtiendo la posición, pues
ahora es ella quien los deja, vengándose del abandono que vivió. No sabe cómo organizar un vínculo amoroso sin que la dependencia resulte excesiva y anule su personalidad.
Toda relación crea dependencia. Quien ama gana compañía, pero pierde libertad. Pero
una relación de pareja sana requiere que cada uno preserve su parte de
soledad y respete la del otro. Las personas poco seguras de sí mismas se
convierten a menudo en ardientes defensoras de la independencia. Tienen
tanto miedo a ser dominadas, que prefieren huir cuando la relación se
asienta. Entre dos que se aman hay cierta tensión: por un lado quieren
fundirse; por otro, seguir siendo dos. Cuando es difícil compatibilizar
la segunda premisa con la primera, la pareja se rompe.
Qué nos pasa
- El inconsciente nos obliga a vivir una y otra vez aquello que no podemos recordar.
- Muchos hombres sienten de modo inconsciente que traicionan a la
primera mujer que amaron (su madre) y tienen miedo de comprometerse.
- La mujer repite la relación con su madre: idealiza a la pareja
y, cuando la ambivalencia aparece porque sus sueños no se pueden
cumplir, se va.
Qué podemos hacer
- Un fracaso puede enseñarnos mucho de nosotros mismos. Señala qué
es lo que no queremos y qué hay que preguntarse para investigar lo que
nos sucede.
- Hay que dejar de culparse por lo que no ha salido bien y
considerar la dimensión inconsciente, que puede elaborarse en una
psicoterapia si queremos cambiar el modo que tenemos de elegir pareja.